domingo, 4 de octubre de 2009

Médico "a domicilio"

De entre todos a quienes llamo mis amigos, hay uno que por casualidad es mi médico de cabecera. Si bien me lleva algunos años de más (y algunos kilos también), reconozco que al paso del tiempo y de mis achacosos síntomas, nos han unido el gusto por la lectura "pesada" (si los libros no tienen más de 500 páginas, no merecen ser leídos), así como la afición a los viajes al otro lado de ese charco al que llamamos Atlántico.

Es muy curioso que con este amigo nunca sé a ciencia cierta cuándo comienza la consulta y termina la charla, si es que hubiera alguna distinción entre ellas, pues cualquier trivialidad puede contener un dato interesante para este Dr. House. Y no en vano lo llamo así, pues su nombre real es tan "rimbombante", que asombraría a las más nobles familias mexicanas.

Basta con cruzar la puerta de su consultorio para que el fornido House que espera tras el escritorio te escanée con rayos X todas tus dolencias, afecciones, síndromes y hasta tu lado más oscuro... ¡Oh my God!

Total, que para cuando tomas asiento habiendo saludado cortésmente, ya estás en franca desventaja: el galeno te examina con la mirada de quien lo sabe todo y la sonrisa en la boca de quien no dice nada...

¡Mecachis! Todavía no abro la boca y mi vulnerabilidad ya se me agolpa como un nudo en la garganta. Después de un par de comentarios generales, asesta el primer golpe con la pregunta de rigor y yo me pregunto: ¿Cómo de que qué tengo y por qué me siento como me siento? ¿No es por eso que vengo con este gurú de la medicina? Está bien, bajo mis defensas y suelto la retahíla de síntomas que me han traído hasta aquí, mientras sus ojos miran a través mío analizando mi sombra y sin perderse una sola palabra del rosario infinito de calamidades que a mí -y solamente a mí- me suceden en este mundo. Es me recuerda lo que sabiamente dice mi sensei, que "lo que te choca, te checa" y ¡ahhh! cómo me choca la gente sufrida, por eso yo nunca, pero nunca, seré así...

El rictus en la cara de House me devuelve a la realidad. Al pobre ya se le congeló la sonrisa y tiene la mirada casi bizca, ¿pues qué le estaría yo diciendo? Creo que le conté todo lo que me aqueja desde que nací a la fecha y el doctor decidió automomificarse... No tarda en despertar de su letargo y contra atacarme en busca de la causa de mis males. El doc asume que yo la conozco, pero no sé de que retruécanos está hablando. Toma los fórceps e insiste en que dé a luz las ideas al más clásico estilo socrático y aplica la mayéutica sin más rodeos. Me pide que recuerde nuestra última plática, que ahí está la solución... ¡pero si eso fue hace 6 meses! Pobre iluso, con los 3 gramos de memoria que a duras penas conservo... Por eso le sugiero que mejor sea él quien me diga de qué pudimos haber hablado hace taaaanto tiempo, nomás para cotejar versiones...

¡Sacarrácatelas! Lo que me imaginaba: parece que el taladro de mi cabeza, el panal de abejas de mi oído y la bipolaridad efervescente de mi ánimo están íntimamente relacionados con el perro del vecino y sus ladridos de 24/7 (24 horas, 7 días a la semana).


¿Que si ya he hablado con el dueño del perro para solucionar este asunto? ¿Le he expuesto mis inquietudes? ¿Le he dicho lo que me disgusta y también lo que me gusta de esta situación? -mi amiga Doña Angustias siempre insiste en este punto-. Pues claaaro que he hablado con él y hasta he intentado hacer las paces, alinear los karmas y equilibrar mi energía con la del "chucho". Mira que es un animalito tan lindo... siempre y cuando el dueño sostenga la cadena del engendro del demonio mientras le reclamo por tanto ladrido infernal. Ya le he sugerido que le busque novia o que lo haga eunuco, a ver si así se calma; que lo mande de atracción al Circo Atayde o que al menos lo envíe a vivir a provincia, lo más lejos posible de este código postal, pero no hay caso. El animal sigue ladrando en estereofónico como "perro por su casa",

Yo me muerdo la lengua, tragándome mis más negros pensamientos sobre el futuro que debería tener semejante bestia. ¿Cómo puede alguien como mi vecino, con cara de buena persona, soportar una mascota así y encima defenderla? No, si al final, hasta lástima me da el animalito...

¡Ahí está el problema! Otra vez House analizándome el fondo del ojo sin instrumental. Parece que permito que las cosas me afecten demasiado por ser "tan sensible" (sic). Ya me ha dicho mi amiga la Pecas que me desenganche, pero nomás no encuentro el gancho para quitármelo, ¡caray!

Total, que la solución es embarrarme de manteca todos los días y enfrentar al enemigo, para que los ladridos "se me resbalen" y así librarme de mis males y de cualquier energía mal atravesada. A ver dónde consigo el remedio, porque según House todavía no han inventado las pastillas de "valemadrismo". ¡Újule! Resulta que esa "sustancia" se genera en el interior de cada persona y que esa es una de las razones por las que acudo con él, por ostentar el título de Médico Internista y ser un sabelotodo en esto de las afecciones internas.

¡Qué bueno que sigo sentada, porque el taladro, el panal y ahora un carrusel compiten en mi cabeza! House atiende una llamada, lo que me da unos minutos para aclarar mis pensamientos y fingir que me intereso por un adorno en su escritorio que se parece mucho a los huesos de tuétano que ponía mi mamá en el caldo de res cuando yo era niña. Pero el hueso del doctor -es decir, el de su escritorio- es más bien de marfil y en un costado le han tallado con cierto arte dos serpientes entrelazadas, símbolo de los galenos de fiar.

Regreso a la realidad justo a tiempo para recibir la estocada final: ¿y cómo está Mayté, la mujer? Esta pregunta por mi género en 3a. persona me deja dando vueltas como mayate boca arriba. Kafka se sentiría orgulloso de mí, pero no así House que impaciente me explica las cosas con manzanas y flores, a ver si ahora sí, después de tantos años, destapo el lado oscuro del que nunca hablo en consulta ¿Pues que no hemos estado hablando de eso toooodo este tiempo? Pues no, Obi Wan insiste en hacerme sentir como Darth Vader y de plano me declaro tábula rasa (o sea, en blanco) con la esperanza que me deje ir a casa antes de Navidad. Balbuceo sin sentido mientras el galeno se acomoda circunspecto el estetoscopio alrededor del cuello y me dedica una mirada de franca condescendencia.

Por fin me receta unos chochos para el PH y otros más -bien contaditos- para dormir y descansar, ambas dos cosas. Como House no es terapeuta, o eso dice, prefiere mandar a Darth Vader al diván de un especialista. A mi niña interior le receta unos tapones en los oídos, nomás en lo que me hago amiga del can o le ponen un bozal.


De tarea me pide que asista al simposio de "Freud y el significado oculto de los ladridos" y afiliarme de por vida a Greenpeace. Sólo así me libraré del taladro y las abejas.

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