jueves, 15 de octubre de 2009

Diseño de interiores

A veces pienso que vivir es tan excitante como aventarse de un paracaídas a gran altura, porque tienes dos opciones: o te avientas y confías en lo que el instructor, la experiencia y los instintos te dictan; o te tomas tu tiempo reflexionando... y de todas maneras el instructor –llámese Dios, destino, azar, etc.- te empuja fuera de tu área de confort ¡y de la nave!

Nunca he intentado lo del paracaídas (hay cosas que no se le desean a nadie), pero lo de “aventarse al vacío” sí aparece en mi expediente y siempre ruego porque se abra el “parachute” antes de estamparme delicadamente con la cruda realidad, aunque para ser sincera, he tenido más de un aterrizaje forzoso, ¡ouch!

A Darth Vader no le gustó el último “aterrizaje”, por lo que a regañadientes lo arrastro conmigo hasta unos de esos establecimientos donde venden de todo para reparar su casa por dentro y por fuera y que tanto me recomendó mi doctor House visitar. No me da confianza el lema de la tienda, parece que veladamente dijera: “nadie es tan inútil que no pueda hacerlo”. Inútil... esa es la descripción perfecta de mis habilidades en la materia: con dos manos izquierdas para el trabajo manual –recortar y pegar no cuenta, aunque mis amigas del Ducky no estén de acuerdo- y dos pies izquierdos para la motricidad gruesa –la Pecas es testigo que ¡hasta las jirafas tienen más gracia que yo al bailar!-, soy el blanco perfecto para los dardos envenenados de cualquier mal vendedor, qué remedio.

Después de vagar por el lugar con actitud imperturbable y cara de autosuficiencia (así ningún vendedor se te acercará jamás), me encontré con el área de talleres, uno en especial proclamaba “Hágalo usted mismo en 15 lecciones”. Se trataba de un curso elemental de diseño de interiores, basado en el análisis de la decoración interna del hogar para establecer sus puntos fuertes o armónicos y sus puntos débiles o “pasados de moda”. Todo esto bajo el auspicio de los cuatro pilares capitales en el diseño del siglo XXI: Feng Shui, I Ching, Namasté Yoga (o cualquiera de sus versiones) y Minimalismo Trascendental.
Asustada hasta los dientes por semejante barbarie, tomé rápidamente a Darth Vader de la mano y a mi niña interior de la otra e intenté salir de ese lugar de eclecticismo y perdición lo antes posible, al fin que mi casa está bien bonita por dentro, ¿qué no? ¡Yo no necesito una remodelación new age y menos ahora con el ranazo de mi último aterrizaje! Todavía me duelen las heridas y no estoy de humor para cambiar el tapiz de los muros.

En eso estaba yo cuando ¡zaz!, la expositora del curso se interpone en mi camino y al tratar de evadirla tropiezo con una de esas pirámides de objetos que estratégicamente instalan en los pasillos de los autoservicios para que, literalmente, te topes con ellas. Ni la magistral barrida en 1ª base que traté de simular me libró de los cientos de latas de pintura volando y rodando por todo el local, ¡qué oso!

Con el cuerpo adolorido y la ánimo arrastrándose por el piso, permití que la amable diseñadora me ayudara a recoger los pedazos de mi autoestima y también los botes de pintura. Parecía buena persona y en un abrir y cerrar de ojos ya habíamos entablado una amable conversación, a la que le siguió una primera sesión de interiorismo que me zampé estoicamente, sentada en una silla de plástico (un diván no hubiera estado naaaada mal) y con un cúmulo de datos que el mismísimo Einstein envidiaría por su extensión y complejidad. Recurrí entonces a mi técnica casi perfecta de ver sin mirar, oír sin escuchar y sentir sin percibir, a ver si en estado de auto hipnosis libraba mejor el trance. De lejos escuché una voz hablando muy quedito, apenas un murmullo en mi oído que me decía lo que yo secretamente siempre he sabido: tengo algunas habilidades para el diseño que pocas veces utilizo, excepto por la habilidad de acomodar un elemento en el lugar equivocado –para eso sí soy buena-, lo que rompe la armonía y perjudica el fluir de la energía interior (como afirma Mrs. Pastrana, mi yoguini : deja que la energía fluya y no interfieras en su camino); amén de las veces que no tengo ni la más remota idea de para qué sirven las cosas y las arrumbo en cualquier rincón de la casa, como sucedió con aquella salsera/molcajete/pisapapeles de uso desconocido que alguien -nunca supe quién- nos regaló el día de la boda y cuya función real no aparece ni en los X Files, ¡gracias!.

La vocecita aumenta de volumen y me reincorpora a la realidad con estas conclusiones: contrario a lo que yo pensaba, sí poseo las habilidades del justo interiorismo (o lo que es lo mismo, poner cada elemento donde corresponde), tal vez sólo sea cuestión de realizar un curso básico en reminiscencia platónica para encontrarlas, donde quiera que se hayan escondido. Pero eso no es todo en el diagnóstico, pues resulta que tengo bloqueado el tercer ojo, el Feng Shui invertido (¡ay Dios!), mi energía vital fluye a contracorriente y mis chacras, al igual que los planetas, están desalineados... ¿Nada más?

Para mi buena fortuna, la diseñadora lleva muchos años de experiencia impartiendo el taller y se interesa por mi caso. Propone ser mi guía en estos menesteres bajo el lema del ahorro triple: ahorro de tiempo, ahorro de dinero y ahorro de sufrimiento. ¿Y el ahorro de esfuerzo no está incluido en la ecuación? Dice que no, que el esfuerzo no se ahorra, se invierte y yo requiero de grandes cantidades para mi proyecto personal. Bueno... todo sea por ahorrar sufrimiento, pues...

Me despido de mi nueva y flamante interiorista con la promesa de acudir puntualmente a la siguiente sesión. En eso el gusano de la curiosidad se abrió paso por mi boca y exclamó: ¿qué puedo ir haciendo hasta entonces?, lo que dio inicio a mi primera tarea de “hágalo usted mismo”. Consiste en realizar un inventario exhaustivo de cuanto sirve o no en mi casa, establecer a cuál de los 5 elementos del Feng Shui pertenece cada cosa (madera, tierra, fuego, metal o agua), proponer una ubicación estratégica de cada una de ellas que potencialice la energía positiva y aleje las malas vibras –y de paso los malos pensamientos- y, además, llevar un registro puntual de las veces que oiga ladrar al perro del vecino (día, hora, duración, porqué empezó a ladrar, cómo fue que se calló, etc.). ¡Carambolas! Eso me merezco por preguntona, la verdad.

Ante mi cara de angustia desbordada, la diseñadora me obsequia un vale para instalar ventanas dobles en toda la casa –de esas que aíslan los sonidos externos- y una dotación completa de botes de pintura que resultaron abollados en un reciente “incidente”.

Me despido, no sin antes agradecerle en nombre de Vader (que ya se anda quitando la máscara) y de mi niña interior (que está eligiendo los colores para su recámara). Me faltó comentarle acerca de las abejas y el taladro, que me visitan como suegra en vacaciones: sabes cuándo llega pero nunca cuándo se irá... ¡hasta que la corres! Ya será en otra sesión.

¡Manos a la obra, remodelación en marcha!

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