martes, 2 de marzo de 2010

La cara oculta de la luna

Hace más de cuatro décadas, la humanidad puso su mirada en el cielo y posó su pie en la luna. Al menos eso es lo que me cuentan que dijo Neil Armstrong cuando “tocó luna” y pronunció su consabida frase célebre: “un pequeño paso para el hombre, un gran paso para la humanidad”. Pero más allá de la conquista del espacio exterior, la llegada del hombre a la luna también representa la conquista del espacio interior.

Evidentemente no cualquiera y sólo algunos afortunados han tenido la oportunidad de salir de nuestra atmósfera y posar su humanidad en nuestro satélite. Pero he descubierto que nuestro espacio interior también tiene una luna, un satélite que gira en torno a nuestro ego particular y al que lanzamos cualquier cantidad de cohetes de deseos.

Como en esta vida hay que intentarlo todo, excepto las drogas y el reggaeton, decidí tripular un cohete de deseo, llené el tanque de emociones combustibles, marque el rumbo con ideales instrumentados y sólo hizo falta una pequeña chispa de alegría para que el fuselaje, ese que llamamos pasión por vivir, encendiera y los motores rugieran ensordecedoramente, lanzándome de cara a la luna e iniciando así mi conquista del espacio interior.

Para los escépticos que piensen que este fue un “viaje astral” patrocinado por Esotéricos Anónimos, siento decepcionarlos, pero nada más terrenal que viajar a tus más profundos deseos y anhelos personales. Imprescindible cargar en tu equipaje una alta y sana autoestima, el bagaje de las experiencias –buenas, malas y regulares- adquiridas con los años, dos mudas de alegría, una de humor, un libro de meditaciones, otro de Sudoku y una mente aristotélica –o de perdida marxista- que guíe tus pasos en el “más allá”. Eso sí, no debes olvidar llevar un puñado de tierra en la mano, porque en la búsqueda de las estrellas, el piso es el que siempre “sale volando”.

En el ideal de los ideales, todo mundo aluniza en el Mar de la Tranquilidad, salta de alegría anti-gravitacional por todo el lugar, planta su impronta y su bandera en cualquier cráter y reclama suyo el territorio de los deseos desde donde sale el sol hasta el ocaso. Bienvenidos a la cara visible de la luna. Su viaje interior ha sido realizado con éxito.

Así es como la euforia toca a nuestra puerta, bajo el reflector del éxito y la conquista de nuestros anhelos. Y si además hay otros viajeros visitando nuestra luna y elogiando nuestros logros, creemos haber triunfado en nuestra misión. Lamento decirlo, pero no hay nada más cercano al fracaso que permanecer en la cara iluminada de la luna pensando que el sol de la victoria te alumbra y glorifica, cuando en realidad lo que resplandece es la débil luz de un ego soberbio, inflado y efervescente que te hace creer tus propias fantasías y ver quiméricos oasis en el árido desierto lunar.

Una vez que pasas al Océano de la Tempestad, deberás dejar atrás la falsa claridad del “super yo” y enfrentarte a la verdadera conquista de la luna: la cara oculta te espera...

Cuando llegué a este punto, mi siempre aliado Darth Vader se ofreció a acompañarme para librarme de cualquier alimaña que pudiera encontrar en el camino, a mi niña interior la arropé cual tamal en el día de la Candelaria para que el frío de las tinieblas no le calara hasta los huesos y yo me proporcioné un shot proteínico de fortaleza y valentía para cruzar por los valles y cráteres más oscuros del alma. Porque, debo decirlo, todos nuestros deseos tienen también su lado oscuro. El éxito reside en conquistarlos por ambas caras, aunque en ello nos juguemos la salud emocional y la cordura.

Los más grandes y nobles deseos esconden también los más negros temores. ¡Oh, oh! Houston, tenemos problemas... En mi recorrido me topé con temibles fantasmas del pasado dignos de aparecer en una novela de Dickens, murciélagos chupa sangre capaces de absorber hasta la última gota de la savia vital –los dementores de Harry Potter seguro son parientes suyos- y hasta creí ver al mismísimo monstruo del lago Ness agazapado entre las sombras. Después de avanzar por llanos inermes y cráteres profundos y vacíos, de arrastrarme por los valles de la desolación con el gélido miedo penetrando cada átomo de mi ser, requerí hasta de la más pequeña llama de fuerza interior para salir del lado oscuro del alma. Qué suerte que siempre cargo en mis reservas una linterna de esperanza con baterías del “conejito”, como ese que vive en la luna...

Ciertamente el hombre no es más que una mota de polvo en la inmensidad del espacio, pero su ignorancia y arrogancia pueden llegar a ser tan infinitas como el mismo universo. Para muestra, un botón: en mi pequeñez de apreciación he llegado a admirar las fallas de la luna y me he quedado indiferente ante la grandeza del cosmos. ¡Vaya ceguera la mía!

Todavía no sé si lograré conquistar la cara oculta de la luna: llevo mi bandera hecha jirones y perdí a Darth Vader en alguna esquina oscura, mientras me defendía de los chupacabras y lobos salvajes. En un ambiente carente de agua (por más que levanto las piedras a mi alrededor no la encuentro, la NASA me ha timado), las únicas gotas líquidas son las que nacen de mis ojos cuando, cargada todavía con mi niña interior que tirita de frío, vislumbro a lo lejos la luz del horizonte. ¡Houston, hemos reestablecido la comunicación! Como todo en esta vida: no se trata de andar caminos, si no de saber llegar.

1 comentario:

Nancy dijo...

Maytecita!!! ya te dije que de aqui a tu columna diaria en el Reforma!! Te quiero!!